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viernes, 16 de junio de 2017

El viento del norte

La retirada progresiva de la luz fue tomado por el viento como inicio para su rebelión. Comenzó como un susurro liberado, antes preso tras unos labios. Poco a poco se hizo grande, recorrió las calles con la ferocidad del rugido de un león, traspaso el trafico, las luces, las parejas y sus sueños.
Anunció su llegada golpeando ventanas, escaparates, desordenando cabelleras y haciendo ondear las cortinas de su cuarto como si de banderas se tratasen.

Entró, de nuevo, por la ventana, lanzó los papeles por el aire y se sentó en el medio de la habitación entre la ropa y los restos de algún sueño ya olvidado. Pese a la energética entrada, digna de un ejercito, traía recuerdos del norte, como el invitado que agradece su invitación con un presente. 

Se desnudo, dejando en el suelo el calor de la capital, las prisas, el ruido, la tierra... todo aquello que podría hacer que fuese confundido por su procedencia. Estaba claro que era extranjero, del norte, de lejos. Sin previo aviso se levantó e invitó al huésped a cerrar los ojos. 

Al inspirar reconoció aquel familiar olor, como si se tratase de un amigo, alguien que le había acompañado tantos y tantos años. Olía a lluvia, a tormenta, a rabia desbocada, a alegría. A paraguas, a prisas, a piel mojada, a risas.
Era la primera bocanada de aire al abrir una mañana la ventana y encontrarse un mar de nieblas entre el que el sol naufragó. Era el secreto de un viejo bosque que nadie hubo pisado en años. Era una trampa de fino hilo de araña donde algunas imprudentes gotas cayeron presas. 
Era el viento que robaba los restos de cada envite en la interminable lucha entre el mar y la tierra. Era el viento que se escapó del paraíso natural, era su viento.

Lo guardó dentro, muy dentro, como si se tratase de un tesoro. En realidad era un tesoro, era su tesoro y así seguiría siendo.

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